Eran las seis de la mañana y mi despertador sonó. Me levanté y lo primero en que pensé fue ese bicho alemán de cuatro ruedas al que iba a fotografiar. Desayuné, con la taza y el móvil en la mesa, mirando vídeos de él rodando en Nürburgring como si hubiera nacido ahí. Cogí las cosas y me fui al punto de quedada. Los nervios y el frió me hacían temblar, y de repente escuché un motor de 500 caballos haciendo un ruido estrambótico. Apareció una mancha naranja. Era el GT3 RS.